PREGÓN
PRONUNCIADO POR EL ILUSTRÍSIMO MONSEÑOR FELIPE GARCÍA DÍAZ-GUERRA, VICARIO EPISCOPAL
DE TALAVERA DE LA REINA, EL DÍA 16-4-2014, EN LA IGLESIA PRROQUIAL DE CANDELEDA
(ÁVILA)
Gratitud y emoción produce en mí vuestro
deseo y vuestra invitación a ser el Pregonero de la Semana Santa de Candeleda,
en este año del Señor 2014.
Gracias, muchísimas gracias por vuestra
invitación. Saludo cordialmente al querido párroco de Candeleda, D. José
Ignacio, al Sr. Alcalde y corporación, al Presidente y Mayordomos de la “Muy Antigua y Verdadera Cofradía de la
Santa Vera Cruz” de Candeleda. A todos vosotros, queridos hermanos y
hermanas, mi saludo cordial.
Cuando andaba a finales del pasado año, como
siempre, afanado en mis mil labores en favor de la grey talaverana, y como
servidor de su Reina y Patrona en la espléndida y pontifical Basílica que
cobija la más excelsa herencia de las tradiciones de Talavera, recibí hace ya
meses una llamada -para mí sorprendente- de D. Ramón Llorente de la Luna, que en nombre de vuestra “Muy Antigua y Verdadera Cofradía de la
Santa Vera Cruz” de Candeleda me invitaba a pregonar vuestra Semana Santa.
Una invitación que, además de sorprendido, ha
ido llenando mi alma de algunas dosis de zozobra y de una creciente
responsabilidad desde entonces. Sí, queridos amigos, os lo confieso, a la
zozobra y la responsabilidad, en el discurrir de los meses siguientes, y
especialmente en estos últimos días, se le ha venido mezclando cierto temor a
no estar a la altura de lo que se podía esperar de un Pregonero de Semana
Santa, de “no quedar bien” ante un auditorio para mí desconocido, de poder
defraudar las expectativas de los oyentes y de los que han pensado en mí para
tan singular y excelsa misión.
Y es que, el enemigo de la natura humana, el
diablo, parece querer trabar mi lengua antes de abrir mi boca, y entorpecer mis
pasos cuando quiero echar a andar respondiendo presto al reto de pregonar entre
vosotros el misterio de nuestro Señor, Muerto y Crucificado.
Los miramientos y los miedos, las
incertidumbres y las mil vanidades que ensucian el alma de este pobre
sacerdote, se han ido disipando cuando ha podido comprender de qué se trata
esta tarea: servir con mi pobre voz a la PALABRA, que todo lo puede; prestar la
torpeza de mis labios a invitar a todos a abrir los cerrojos interiores de
nuestras almas a la fuerza del amor capaz de hacer nuevas todas las cosas….
Aún más rápidamente se diluyen mis temores,
cuando levanto la mirada a la Madre para encomendar mi misión de esta noche a
nuestra Reina y Señora, María, a la Virgen de Chilla que cuida de todos los que
sirven y aman a su Hijo, y a la que pido, con humildad y confianza, que se Ella
quien inspire mis palabras para vosotros…
Y de la mano de María, ¡es verdad!, se han
ido disipando zozobras de la mente y del corazón…. No te das cuenta -me digo- que lo importante de un Pregón no es la elocuencia ni la pericia, no es la
erudición o las dotes literarias de quien lo pronuncia. El pregonero es como el
profeta, enviado en nombre de otro; puesto delante de muchos; transmisor de
nuevas buenas para todos.
Sí, amigos: no es función del pregonero
anunciarse a sí mismo o arrebatar el protagonismo a quien lo envía, ni al
mensaje que se le ha encomendado transmitir. Sino que es su misión y tarea
anunciar a todos algo que a todos interesa. “Promulgación o publicación que
en voz alta se hace en los sitios públicos de una cosa que conviene que todos
sepan”, ¡eso es un pregón!, según sentencia el Diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española.
Y ciertamente, queridos
candeledanos, conviene que todos sepan que comienza la Semana Santa, la
más grande de las semanas del año, la más densa y profunda de las que surcan el
calendario. Semana de descanso para muchos, de ancestrales tradiciones para
otros, pero semana que mantiene viva la memoria de esa luz, la única, que
verdaderamente ilumina el mundo….
Que no haya rincón de Candeleda,
que ninguno en tan excelsa Villa,
de entre sus plazas y calles,
escape a la Buena Noticia…
Esa que renueva el mundo,
que lo hace más verdadero.
Porque por la muerte de uno,
el más santo, el más bueno,
se van a desatar para siempre
los grillos de nuestro cieno:
el que destruye la paz,
el que nos vuelve soberbios,
el odio de los culpables
que había cerrado el cielo.
Porque Buena Noticia es que Dios ha amado al
mundo, que ama a todas las gentes, que no ha dejado de amarlo…
¿Cómo es posible?... ¿En medio de tantas
malas noticias….?
Con demasiada frecuencia sufrimos entre
nosotros porque las familias se rompen; porque las promesas de amor eterno se
diluyen por vanos sentimientos; porque se enfría el diálogo entre los de la
misma casa, que se torna en una especie de fría posada lo que habría de ser
cálido hogar.
En demasiadas ocasiones, oscuros sentimientos
entenebrecen el corazón de hombres y mujeres de nuestro mundo…Y lúgubres
impulsos de altivez y de odio divide a los hermanos y envuelve en tristeza y
desesperanza las almas….
Y tantas penurias, fruto de esta inacabable
crisis: Familias arruinadas por hipotecas abusivas, jóvenes sin lograr su
primer empleo, empresas que van a la quiebra, paro y desesperanza….
¿Quién puede ser indiferente a tantas
imágenes de miseria y destrucción, que cada día perturban la placidez de
nuestras casas…?: hombres famélicos, crímenes de odio y pasión; guerras
inacabables de pueblos divididos…. Violencias machistas, violencias
ideológicas, violencias estructurales, violencia, violencia, violencia….
¿No es el hombre el más terrible lobo para el
hombre?....
¿A qué viene este buen hombre -podrá pensar alguno- que dice pregonar buenas noticias….? Menos palabras y más trigo…
Pero sí, como Juan, el de Isabel y Zacarías,
voz que grita en el desierto, soy pregonero de una Buena Noticia. Sí, amigos y
hermanos: me toca recordar a todos, que a todos llega de nuevo la mejor y más
decisiva NOTICIA…
Buena noticia es que Dios quiere al hombre…
Buena noticia es que no es indiferente a
nuestras cuitas y a nuestro llanto…
Buena Noticia es que envió a su Hijo amado
como hombre, para rescatar a sus hermanos…
Hecho uno de nosotros. Hasta en el trance de
ser odiado, de sufrir la muerte, de ser víctima inocente….
Pregono la Pascua de Cristo. Eso es lo que
celebramos: desde el más sobrio ceremonial de la Liturgia del Triduo Sacro a la
expresión popular de procesiones y cantos. Es vivir la Pascua con Cristo. Un
paso -que eso
significa “Pascua”- de muerte y de gloria. Es su
Pascua, la de Cristo, la que cambia nuestra vida, la que destruye nuestra
muerte, la que inunda al mundo de luz y alegría:
Cuál Moisés entre las aguas,
todo un pueblo a la zaga de Cristo.
De su Muerte nace la Vida,
vida nueva en nuestro Bautismo.
Todo lo torna nuevo,
desarma del todo al Maligno,
por la fuerza de un amor
que llega a todos, y es infinito.
Jueves santo
Con ardiente pasión deseaba el Maestro
celebrar su Pascua con el grupo de sus Doce. Y con pasión ardiente cada año nos
adentramos los cristianos en el Santo Triduo preparando con esmero el Jueves
Santo. Todo ha de quedar dispuesto para tan entrañable ritual en el templo; todo
en orden en el corazón de cada creyente, invitado a reclinarse en el costado de
Jesús…
Tres testamentos sagrados se graban en el
corazón de los discípulos y revivimos en la tarde del Jueves Santo: la
Eucaristía de la Alianza Eterna, el mandamiento nuevo del Amor, y el sacerdocio
de Cristo. Tres tesoros que prolongan la Memoria del Señor; tres fontanas
inagotables que se extienden desde aquella tarde, como manantiales de vida,
hasta los confines del mundo…
Palabra y gesto reviven la atmósfera del
Cenáculo: La Pascua judía es fiesta de liberación: un cordero ofrecido en
sacrificio y en banquete. “Os trasmito
una tradición, que a su vez procede del Señor”, dirá San Pablo a los
Corintios: que Cristo en la noche en que es entregado, toma pan, lo parte y lo reparte:
“Esto es mi cuerpo, que se entrega…”.
Toma el cáliz y lo da a beber a sus
discípulos: “Tomad, bebed, esta es mi
sangre, la sangre de la Alianza Nueva y Eterna…”. Cuerpo entregado, sangre
derramada… Es cordero de liberación y de Alianza… sangre inocente que rompe
cadenas de esclavitud y de egoísmo…
Es la Eucaristía presencia de amor.
Presencia de ese amor que redime;
entrega de Cristo que nutre nuestra propia entrega.
Motor del “corazón que ve” en cada hermano a Cristo,
que sale al encuentro del pobre,
que rompe espirales de egoísmo,
que hace posible el perdón,
y la locura del servicio,
sin esperar nada a cambio,
sin querer nada para sí mismo…
En la tarde del Jueves Santo y en cada
celebración. Pascua semanal, el domingo. Mucho más que un tributo, que
tradición de mayores; más que un deber religioso, mucho más que todo eso… La
Eucaristía es vida, es forja de almas según Cristo…. Es Cristo vivo entre
nosotros, alimento de vida y redención. El pan vivo es manjar que transforma el
alma, que la identifica con Cristo, que abre caminos nuevos de entrega,
alegría, de paz y de perdón.
Y ahí está Cristo al pie de los discípulos,
lavando sus pies, y enseñándoles a servir siempre por amor.
Amor, amor, amor…No hay palabra más gastada,
vacía de su real contenido: Porque amar es más que sentimiento, más que
pasajero impulso de pasión. Amar es dar la vida, es servir con paciencia y con
perdón. Amar es cosa de santos, de locos de Dios, que dejan patria y familia,
que perdonan a los propios verdugos, que saltan fronteras para acercarse a lo
últimos, en las mil periferias del mundo…
Amor que en Candeleda mantiene viva la
arraigada tradición de la “Muy Antigua y
Verdadera Cofradía de la Santa Vera Cruz” que en su estatutos recuerda que “como son muy principales y de
imprescindible práctica la humildad y caridad cristiana” en las enseñanzas
de Cristo, “esta Cofradía ejercita
constantemente tales virtudes como uno de sus peculiares fines en obsequio de
los hermanos vivos y difuntos y de todos los fieles en general”.
¿Qué mejor lección de amor, que contemplar a
Cristo lavando los pies a sus hermanos? Siglos y siglos de tradición cristiana
han fortalecido las virtudes de la acogida, del amor al transeúnte, de atención
al anciano sólo, de apoyo a los sin techo, de amor hecho entrega a las personas
con discapacidad…. ¡Cuántas muestras de amor!: amor heroico de todos los días,
amor eficaz pero callado.…
Gracias, Jesús, tú nos has enseñado que la
alegría verdadera se encuentra en dar y darse al hermano, a todo el que pide
ayuda, a todo aquel que está postrado en el borde del camino, esperando,
esperando….
Esperando
una mano tendida, una sonrisa,
el trato de personas que tantas veces te han negado…
Tantos en las cunetas del mundo,
esperando, esperando,
un corazón generoso que comparta sufrimientos
que les haga sentir hermanos…
Pero, queridos amigos, el amor no es vocación
de extraños, de personas de especial designio. ¡No! Amor es vocación de
hombres, de mujeres, de grandes, de chicos. Amor es cosa de todos.
¿Acaso no está llamado cada hogar a ser
escuela de amor…? Si, hermanos: el matrimonio es vocación de santos, donde todo
lo llena el amor, aprendido en el corazón de Cristo. Es Él quien hace posible
el amor fiel de los esposos; es Él quien desvela que los hijos son el mayor
regalo de Dios, que la familia es una fiesta de ágape fraterno, que es
comunidad de vida y amor… Familia, sé tú misma, gritaba sin descanso el santo
Papa polaco, Juan Pablo II…
¡Familias de Candeleda!: aprended en la
escuela de Cristo, hacedle un sitio en vuestros hogares, que Él viene a
serviros, a enseñaros qué es amar, a haceros comprender que la vida es
servicio, que familia es perdonar toda ofensa, y superar egoísmos… Familia: No
tengas miedo !!!Sé tú misma!!! Abre tus puertas a Cristo!!!
En el testamento de Cristo en la tarde de la
Última Cena, nos deja otro sorprendente signo de ternura y fidelidad de su Alianza de amor: el sacerdocio, su
sacerdocio perpetuado en el tiempo. “Haced
esto en memoria mía”, les dice a los doce tras repartir su Pan.
Es el Amor, así con mayúsculas, lo que llena
y da sentido la vida del sacerdote, un hombre de entre nosotros, escogido por
Dios, para ser vocero de Cristo, profeta de su misterio, maestro de vida santa,
padre de la familia de Dios. Gran regalo del cielo es el sacerdote en un
pueblo, “pararrayos” puesto por el Padre eterno para frenar al Maligno y
desterrar su influjo y su acción.
En la tarde del Jueves Santo,
cada cura con emoción
recuerda el santo cenáculo,
y se dice: “allí
estoy yo”.
Cristo me llamó por mi nombre,
fijó en mí su mirada.
Cristo me hizo suyo
para siempre, y por amor.
Dad gracias por el regalo por esa vocación de
entrega, de servicio, de amor… El sacerdote necesita ser sostenido por todos,
porque a todos se debe, por todos se entrega, porque a todos sirve… ¿cómo? ¡Trayendo a Dios!
¡Que no nos falten sacerdotes, que sigan
hagan haciendo presente ese amor sin medida! ¡Que nos alimenten con la Palabra,
que hagan crecer la familia de Dios…!
Todos pedimos a Cristo
que cuide cada vocación,
que no nos falte en la viña
ese tesoro de gracia
esa presencia de Amor
de Cristo, Redentor del Hombre,
reflejo del Buen Pastor…
Es tanto lo vivido en la tarde del Jueves
Santo, que es preciso prolongar la celebración. Necesitamos saborear en diálogo
íntimo el testamento del Señor… Mirar a lo profundo del alma, preguntarle
humildemente al Señor, cómo acojo estos regalos, cómo vivo, yo aquí y ahora,
este tesoro, en este testamento, esta Alianza de amor…
Hay que prolongar la cena,
en sobremesa de oración,
en el silencio del Monumento,
para acoger en verdad tanto don….
Y volver con la mente al Cenáculo,
escuchar las palabras de Cristo
que llegan al fondo del alma,
donde nos encuentra Dios.
La HORA SANTA y las visitas al Monumento son
cita obligada en la tarde y la noche del Jueves Santo: necesitamos meditar el
testamento del Maestro. Como Juan recostado en el pecho de Jesús, queremos
permanecer con Cristo; unidos a su corazón, aprendiendo de la humildad y
mansedumbre de sus sentimientos. Sólo estando con Él, aprendemos de Él. Por
eso, no olvides la cita: en la tarde y la noche del Jueves Santo, te espera
ante el monumento Jesús; El quiere inundar tu alma: “vosotros sois mis
amigos….”; quiere abrirte su Corazón para participarte en su entrega y hacerte testigo
de su amor…
Terminada la sagrada cena,
Jesús abandona el Cenáculo
y Judas decide la entrega
mientras se envalentona el diablo.
Será el huerto testigo
de la vigilia más larga
de la inmensidad más negra
de la angustia de un alma santa
que el universo del mal anega.
Los discípulos duermen el sueño
de la imposible tragedia
de todo un Dios encarnado
que ensangra de sudor la tierra.
“El cáliz
estrecha mi alma
libérame de la
brega.
Que este cuerpo
de muerte
a toda la
humanidad lleva”.
Los ángeles traen el consuelo
del amor y de la entrega.
“Pase de mí este
cáliz,
pero como Tú
dices sea”;
que sólo el amor destruye
de Adán la desobediencia
La noche del Jueves Santo las calles de
Candeleda evocan las callejuelas de Jerusalén. Por allí pasa Cristo: del
cenáculo a Getsemaní, del Sanedrín al Palacio de Herodes, del palacio de
Herodes al de Pilato… Y ya condenado, como un malhechor maldito, su destino el
Calvario…
En pos de Cristo Nazareno, cargamos nuestra
propia cruz. Es Jesús con la Cruz a Cuestas… el Nazareno bendito se encuentra
esta tarde arropado de una multitud de penitentes, nazarenos que siguen a
Cristo. La voz del Maestro resuena: quien quiera ser mi discípulo, venga en pos
de mí. ¿Cómo? ¿con una cruz cargado? ¿perdonando a los verdugos? ¿amando a los enemigos?
¿Estás loco acaso maestro? ¿Llamarnos a
seguir tus pasos por estos caminos de muerte? Vestidura de nazareno es vivir la
palabra de Cristo, es entregar con Él la vida, portar su luz entre la gente, y
curar las heridas del mundo. Es Cristo salud para todos, y es a sus seguidores,
a quienes toca llevarlo, para restañar los dolores de tanto corazón dañado…
Viernes Santo
Amanece el Viernes Santo. Y al alba del Santo
Día, un Via Crucis penitente invita a todo candeledano a contemplar la Pasión
de Cristo. Es de lo más emotivo del año. Mientras se recorren los momentos del
trágico martirio de Cristo, que conmueve
hasta partir el alma, la meditación de las estaciones provoca reflexión y
llanto:
¿Dónde está Dios escondido?
¿Por qué un silencio tan largo?
El mundo se estremece mudo
ante el inocente injuriado,
ante la traición de Judas
y la palabra de Pilatos.
Por mis pecados se entrega,
por mis desprecios y agravios,
se deja clavar al madero
para perdonar al condenado.
Dios se pone frente a sí mismo
por amor desenfrenado,
por liberar las cadenas del mundo
del odio y del pecado.
Y es que en el Via Crucis meditamos que en él
hemos puesto nuestras manos. ¿Acaso no es fácil sentirse, en este camino de
cruz y de suplicio, más o menos presentes, más o menos reflejados?:
¿Quién no ha condenado alguna vez a Cristo,
quién de nosotros no le ha traicionado:
vendiéndole por falsas monedas,
y abandonando sus pasos?
¿Quién no ve en las caídas
reflejo de los mil cansancios de una vida
que a veces nos pesa demasiado?
¿Y en las lágrimas de las piadosas mujeres,
tantos momentos de angustia y llanto?
¿Y en la turba, insultando a Cristo,
tanto bien emponzoñado?
La forzada ayuda de Simón de Cirene,
recuerda tanta protesta y queja de nuestros labios.
Y la intrepidez de la Verónica,
esos fugaces arrebatos
de querer hacer el bien
saltando respetos humanos.
En el Viernes Santo, todo es reflejo de los
viacrucis de la vida. Meditamos el cruel camino del Maestro, hasta el suplicio
del Calvario. En él he puesto yo mis manos. Por eso, recordarlo suscita en
nuestro interior sentimientos de dolor de los pecados, de querer hacer
penitencia, de lanzarnos por un nuevo camino de reconciliación y de tomarnos en
serio de una vez ser discípulos de Cristo, y vivir como auténticos cristianos.
Juntos con Cristo en el Calvario, llenos de
estupor, confesamos con aquel soldado “Verdaderamente este es el Hijo de Dios”.
Y muy pegados a María,
queremos enjugar su llanto.
Consolar su corazón de Madre,
que el mismo Jesús nos ha confiado.
En los Oficios del Viernes Santo la Pasión
según San Juan y la adoración de la cruz llena la celebración litúrgica de
gravedad y silencio. El Sumo Sacerdote Cristo es el Siervo doliente que calla.
La lectura de Isaías describe proféticamente el sacrificio de la cruz: cómo es
masacrado su cuerpo, y todos vuelven el rostro al contemplar el rostro dolorido
del que carga con nuestros pecados. “Pueblo
mío, qué te hecho, en qué te he ofendido: respóndeme” canta la liturgia
dando voz al que calla.
Si Dios da todo bien a los hombres, ¿por qué
el rechazo, el olvido y el desprecio son su respuesta? Es el otro gran misterio
del Viernes Santo: la iniquidad de los hombres ante la bondad del que Dios
ofrece a su Hijo. ¿Quién puede explicarlo?: devolver odio al Dios bueno en su suprema
y definitiva declaración de amor. Es misterio que llena de “viernes santos” la
historia de la humanidad, que levanta barreras entre hermanos y que enturbia el
horizonte del mundo.
Adorar a Cristo crucificado en la tarde del
Viernes Santo es más que un rito litúrgico. Es gratitud y ofrenda, es
aceptación de nuestras cruces, compromiso de cristianos. Adorar la cruz de
Cristo es más que clavar en Él nuestros labios. Es devolverle amor, querer
cambiar lo que estorba en nuestra vida, decidirse a seguir sus pasos, y ponerse
al servicio de los hermanos.
Cómo es posible el orgullo
en el corazón de un cristiano,
cuando seguimos a uno
humillado a lo más bajo,
a ser llamado blasfemo
en su suerte malhadado
olvidado de sus amigos,
y por el mismo Dios abandonado.
Es el cordero inocente
en silencio y maniatado
cosido a la cruz de los hombres
por dejar a todos liberados.
La procesión del Santo Entierro vuelve a
adentrar nuestros pasos por las estaciones de Cristo camino del Calvario. Sólo
quiebra el silencio el canto de alguna saeta y los tambores que rompen el aire
trágico del Viernes Santo. Todos los buenos hijos, a María nos acercamos para
acompañarla en su dolor, soledad y angustia ante el hijo yerto en el sepulcro.
La Virgen en su Soledad, también este año, busca el consuelo de sus hijos
amados. Del fondo del corazón de alguna madre surgen suspiros y llantos por esa
pena honda del alma que nada alivia; que no hay dolor más sagrado que el de una
madre por sus hijos, que no ahorra sacrificio alguno por ellos. Es la Soledad
de María que cantaba el poeta:
Virgen de la Soledad:
rendido de gozos vanos,
en las rosas de tus manos
se ha muerto mi voluntad.
Cruzadas con humildad
en tu pecho sin aliento,
la mañana del portento,
tus manos fueron Señora
la primer cruz redentora:
la cruz del sometimiento.
Como tú te sometiste,
someterme yo quería:
para ir haciendo mi vía
con sol claro o noche triste.
Ejemplo santo nos diste
cuando en la tarde deicida
tu soledad dolorida
por los senderos mostrabas:
tocas de luto llevabas
ojos de paloma herida.
La fruta de nuestro bien
fue de tu llanto regada:
refugio fueron y almohada
tus rodillas de su sien.
Otra vez como en Belén,
tu falda cuna le hacía,
y sobre Él tu amor volvía
a las angustias primeras…
Señora si tú quisieras
contigo lo lloraría.
(José María Pemán)
Sábado Santo
El silencio de la noche del Viernes Santo, la
angustia contenida del alma, se torna tensa espera en el sábado del reposo en
el sepulcro. ¡Cuántas esperanzas frustradas se hacían lenguas en las calles de
Jerusalén! Y pasó esto y aquello, se decían unos y otros relatando la tragedia
del Viernes Santo… Algunos de los cercanos huían “nosotros pensábamos…”.
Candeleda acompaña al silencio de María junto al sepulcro con la procesión del
Silencio. La imagen de la Virgen Dolorosa nos envuelve en la tensa espera ante
el sepulcro sellado de Jesús. De este modo, en las calles, termina un día vacío
de liturgias, pero lleno de esperanzas…
Y al arrancar la noche, una voz quiebra el
silencio: son las lenguas de una fogata en la plaza. Y un grito emocionado (“¡Luz de Cristo…!”) difunde la
tremolante llama de un cirio hecho de cera de abejas. El templo, imagen del
universo mundo, es tiniebla de la noche más negra, hasta que irrumpe una
antorcha que en derredor difunde en candelas la claridad de su llama. Y la luz
es porque llega el más gozoso anuncio:
El que estaba yerto en tierra,
encerrado en el sepulcro
de José de Arimatea
ha roto por siempre sus sellos,
para siempre sus cadenas,
ha vencido a la muerte
como anunciaron profetas.
No tiene poder el pecado
y la vida en Él ya es nueva.
Nada ha sido improvisado.
Desde la Creación del mundo, todo ha sido
preparado para llegar este momento del triunfo de Cristo. Las lecturas
litúrgicas de la Vigilia Pascual van encajando el puzzle, van mostrando el
tapiz hermoso que Dios ha tejido entre cruces de hilos enredados, de cuya única
clave es Cristo, el muerto en la cruz, el resucitado.
Es Nuevo Adán que estrena una creación nueva,
es el verdadero Abrahám de la multitud de estrellas, es el Moisés que libera y
salva entre las aguas, es la Alianza nueva, Cristo es la pascua definitiva y
verdadera….
En esta Noche de Pascua de nuevo
experimentamos la limpieza de nuestras almas en las aguas del Bautismo, y
renovamos nuestro sí sincero de querer ser cristianos, de responder con mayor
entrega a la invitación de seguir a Cristo.
Porque en nada queda lo vivido en la Semana
Santa si no estrenamos Vida Nueva en esta noche, la más santa.
La Eucaristía de Pascua es la Fiesta de las
Fiestas, que configura para siempre y hasta lo más hondo nuestras almas
cristianas.
La alegría se difunde por toda Candeleda en
la mañana de Pascua: se produce el encuentro más esperado: la pena y el dolor
de María en el encuentro con su Hijo Resucitado se tornan luz y consuelo. Ya el
luto queda cubierto por el resplandor de Cristo Triunfante. La procesión del
Encuentro en la mañana de Resurrección nos invita a descubrirlo vivo con
nosotros cada día y a encontrarnos con ÉL.
“Vosotros seréis
mis testigos!” nos anuncia. Y nos invita a encontrarnos nosotros en
aquel mutuo amor y aquella unidad que Él pidió.
Ya termino, queridos amigos:
A este Cristo bendito, vivo y resucitado,
amigos candeledanos, es a quien quisiera seguir pregonando hoy y siempre, sin
descanso.
De Él he querido hablaros: Recordad que Él
está vivo, que sigue llamando, que también en este año espera nuestra entrega
generosa, la de hombres y mujeres, jóvenes, mayores y niños, de corazones
enamorados.
Que estos intensos días hagan nuestra fe más
viva, nos haga testigos más santos; pregoneros audaces de la vida nueva del
Resucitado…
Que este desértico mundo vuelva ser
desbordado por el testimonio valiente de todos cuantos queremos seguir a
Jesucristo, muerto y resucitado.
Y a nuestra bendita Madre, la Virgen de
Chilla, encomiendo a todos los candeledanos: porque estos días Santos sean
Pascua viva en esta querida Parroquia. Y a su amor maternal suplico que en mi
vida de sacerdote, sea siempre fiel pregonero del Amor de Cristo vivo, para que
muchos puedan abrirle el alma y hacerla brillar con la luz perenne de la
Pascua.
MUCHAS GRACIAS